Librescas
Por Juan Francisco Baroffio
Edición especial - Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Este año dos efemérides de la máxima importancia convivieron en la Feria del Libro. Por un lado, el centenario de Fervor de Buenos Aires, el primer libro publicado de Jorge Luis Borges. Por el otro, los cuarenta años del retorno a la democracia que se cumplirán, oficialmente, el 10 de diciembre.
Los actos de homenaje a ambos hitos históricos se sucedieron en todas las jornadas que abarcó la Feria. Conferencias, charlas y muestras alusivas se programaron desde la Fundación El Libro, a la par de los eventos editoriales y las ediciones de libros que se podían encontrar en los diferentes stands.
Homenajear hoy a la par a Borges y a la Democracia no son cosas menores o meramente protocolares.
Es cierto que Borges muchas veces dijo descreer de la democracia. La llamó «un abuso de la estadística». Incluso se permitió vaticinar que una democracia en la Argentina era imposible; que, tal vez, en trescientos o cuatrocientos años podíamos llegar a ser dignos de ella.
Estas declaraciones muchas veces le han ganado a nuestro máximo escritor la etiqueta de reaccionario o de «facho». Nada más alejado del verdadero espíritu del escritor, que hizo de la oposición al Nazismo, al Fascismo y al Comunismo, una postura ética.
No podemos soslayar el hecho de que Borges también fue un visceral antiperonista. Tampoco podemos soslayar que los gobiernos de Perón y sus partidarios no fueron muy generosos con el autor de El Aleph: en septiembre de 1948 su hermana y su madre eran condenadas a un mes de prisión por criticar al gobierno. La misma suerte correría Victoria Ocampo en 1953. El propio Borges era perseguido y seguido a sol y a sombra por agentes de policía o amenazado de muerte en su domicilio. Pero lo importante aquí no es ver quién tiene razón o no. Sino comprender por qué Borges, al igual que gran parte de la ciudadanía argentina, no creía cabalmente en la democracia.
Los golpes de Estado, también, eran un signo de esa aceptación de un destino fatídico en el que no había lugar para la República y para la vida democrática.
Borges, al igual que muchos argentinos, no pudo comprender o predecir que la Dictadura inaugurada en marzo de 1976 iba a una suerte de horror encarnado.
Pero al igual que en la década del 30 cuando su ética lo llevó a objetar a los sangrientos nacionalismos europeos (casi en forma precursora), a partir de 1978 se vuelve crítico del gobierno militar. Se reúne con representantes de organismos de Derechos Humanos, firma la primer solicitada de las Madres de Plaza de Mayo, rechaza invitaciones de Pinochet, critica duramente la Guerra de Malvinas y tilda de cobardes (lo que en el dixit borgesiano es una gran ofensa) a generales, almirantes y comodoros. Incluso sus cáusticas criticas al football, casi todas realizadas durante el Mundial '78, pueden leerse en sentido ético: no se puede celebrar mientras hay muertos y desaparecidos.
Borges, cuando asume Alfonsín, declara a un diario que «la democracia argentina me ha refutado espléndidamente». Se reúne con Strassera y asiste a una jornada del Juicio a las Juntas y hasta escribe que no juzgar y condenar el crimen sería lo mismo que ser cómplice de él.
Borges, al igual que la mayoría de los argentinos, se esperanzó con la democracia. Me parece que esa luz que se encendió hace cuarenta años y que iluminó una nueva forma de vida para los argentinos bien vale uno y mil homenajes.