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¿Damas auxiliares o creadoras?

Las mujeres del Romanticismo alemán.


Por Jesica D. Lenga



Cualquier intento por reconstruir el rol de las mujeres del Romanticismo alemán supone un misterio o, al menos, una paradoja. Las numerosas Historias de la literatura alemana contemporáneas o inmediatamente posteriores al período romántico (1795-1832) coinciden en una premisa: Alemania sufría una «epidemia» de mujeres literatas, que, no conformes con haber acaparado el mercado editorial como lectoras, también querían escribir. La mujer es vista en las enciclopedias literarias de mediados del siglo XIX como una amenaza, como una plaga que podría contaminar el buen gusto, la excelencia de la literatura alemana. Este potencial como agente desestabilizador de la escritora se condensa significativamente en el célebre dictamen del historiador y crítico literario Robert Prutz, que en 1859 afirma: «Las mujeres se han convertido en un verdadero poder en nuestra literatura; al igual que los judíos, se encuentran en todas partes». Sin embargo, aunque los eruditos del momento no se cansaran de denunciar (y temer) «al contingente femenino de solteronas feas, amas de casa desaliñadas y madres negligentes que se imponían en forma impertinente en la escena literaria» (Gottschall, 1855), para el lector actual el Romanticismo alemán es posiblemente un movimiento que se compone de nombres como Novalis, Hölderlin, Kleist o E.T.A. Hoffmann… ninguna mujer forma parte de esa lista. Especialistas contemporáneas como Barbara Becker Cantarino o Patricia Hermingtonhouse se preguntan por eso: ¿acaso entre toda la obra producida por esas mujeres del Romanticismo no había nada que mereciera perdurar? ¿Fueron sus cuentos, novelas y poemas material perecedero, carente de valor literario?, ¿o es que hubo un borramiento deliberado? Gracias a la labor de las especialistas en germanística y feminismo a partir de los años setenta que nos ha permitido recuperar una copiosa cantidad de obras perdidas, actualmente es posible revisitar y reevaluar las contribuciones de las mujeres alemanas a la tradición romántica.


¿Quiénes fueron? Una presentación adeudada

Hasta el día de hoy las escasas alusiones que podemos encontrar a figuras femeninas del Romanticismo alemán en ensayos o estudios académicos vienen siempre acompañadas de motes como «hija de», «hermana de», «esposa de». Las carreras (y la vida misma) de las románticas alemanas estuvieron siempre supeditadas a las de sus maridos, padres y hermanos, a los que acompañaron y asistieron. En muchos casos, fueron sus secretarias y amanuenses, corrigieron sus obras, colaboraron en sus traducciones e incluso, en ocasiones, trabajaron a la par de ellos pero permanecieron en la sombra. Eso explica que a las figuras que mencionaremos a continuación se les otorgara frecuentemente el lugar de musas más que el de artistas.

Insertas en una cultura de por sí fuertemente patriarcal, mientras el avance del siglo XIX significó para las autoras británicas la conquista de un campo profesional en el que desarrollarse, en Alemania, el proceso que iba a unificar decenas de pequeños principados en un Estado valiéndose principalmente de la literatura como instrumento de identificación nacional supuso la exclusión de todo aquello que no fuera blanco, cristiano y, especialmente, masculino, del terreno de esta literatura nacional. Eso significó la marginalización de las mujeres de la esfera cultural y profundizó la tendencia a la disvalorización de sus obras. La primera tarea de todo estudio concentrado en las mujeres románticas debería ser, por eso, apartarlas de ese lugar de subordinación a un otro (hombre) relevante para presentarlas en tanto sujetos autónomos con méritos (y falencias) que les son propias.

Bettina Brentano von Arnim

Bettina Brentano von Arnim es un claro ejemplo de esta «definición por pertenencia», conocida como «la hermana de Clemens Brentano» y luego «la esposa de Achim von Arnim», dos reconocidos poetas románticos, fue, no obstante, autora de una prolífica obra. Durante su juventud, Bettina participó activamente de los cenáculos románticos, recibió una privilegiada educación en música y literatura, conoció y se carteó con Goethe y Beethoven, escribió poesía. Todo eso quedó postergado al contraer matrimonio con von Arnim, que prefería que su esposa mantuviera una vida retirada en el campo, dedicada a la crianza de los hijos. Solo al enviudar, Bettina se traslada nuevamente a Berlín y recupera las cartas que había intercambiado con tres poetas ya muertos- su propio hermano, su mejor amiga Karoline von Günderrode, y el gran prócer de la literatura alemana, J. W. Goethe-, para transformarlas en exitosas novelas epistolares. Bettina también escribió cuentos de hadas o Marchen a la manera de los románticos, pero su trayectoria viró hacia una literatura más social y comprometida en la que denunció la situación de los pobres en Alemania. No conforme con esto, se involucró en diferentes causas políticas, entre ellas la lucha contra el antisemitismo y la promoción de la ley de ciudadanía para los judíos. Ya en la vejez, llegó a entrevistarse con un joven Karl Marx y se convirtió en la defensora de intelectuales y poetas perseguidos por causas políticas, como Heine, por ejemplo, que sufrió el exilio en Paris. A pesar de todo esto, pasó a la historia de la literatura alemana como una eterna niña excéntrica e impetuosa que inauguró el culto al autor de Werther gracias a su Correspondencia de Goethe con una niña.


Karoline von Günderrode

Karoline von Günderrode es tal vez la más respetada entre las poetas románticas. Nacida en una familia aristocrática empobrecida, Karoline quedó huérfana muy joven y se crió en una institución para jovencitas solteras de idéntica condición social. Muy cerca de esa residencia se encontraba el hogar familiar de los Brentano, que fueron los responsables de introducirla en el círculo de los románticos. Ya a los veinticuatro años, Karoline comenzó a publicar sus poemas siempre valiéndose de seudónimos masculinos como Tian para ahorrarse los prejuicios que padecía la poesía escrita por mujeres. Por su estilo clásico, reflexivo y existencial, su obra se destaca entre las de sus contemporáneas. «La Günderrode» -como la llamaba su amiga Bettina- sufrió como ninguna otra el conflicto entre los anhelos de entrega amorosa y la voluntad de conquistar su autonomía profesional. Uno a uno sus amantes la abandonaron por considerarla poco convencional, incapaz de cumplir el papel esperable en una esposa. Aislada y decepcionada, Karoline se suicidó en 1806 a los veintiséis años. Sería recordada más como la amante rechazada, la encarnación del espíritu romántico, que como la creadora de una poesía original y revolucionaria. Los pocos que elogiaron su obra solo atinaron a decir que «la Günderrode escribía como un hombre».


Dorothea Mendelssohn Veit Schlegel

Como Bettina Brentano, Dorothea también recibió una esmerada educación en la casa de su padre, el filósofo Moses Mendelssohn y tuvo la oportunidad de frecuentar a los más destacados intelectuales y artistas del Berlín de fines del siglo XVIII. Sin embargo, nada de eso le ahorró que a los diecinueve la casaran con el banquero Simon Veit, que no compartía ninguno de los intereses de su esposa. Pasados quince años de su matrimonio, Dorothea conoció en el salón de su amiga Henriette Herz a Friedrich Schlegel, nueve años menor. Friedrich representó para ella la posibilidad de evasión de la vida convencional y burguesa que tanto despreciaba. El joven filósofo y poeta la instó a luchar y vivir por sus ideales literarios, razón por la cual, Dorothea abandonó el hogar conyugal y se mudó sola a un pequeño departamento, para casarse con Schlegel al obtener el divorcio, enfrentando un fuerte desafío a la moral vigente. El escándalo se volvió aun mayor con la publicación de la novela de Friedrich Lucinde (1799), que no solo es fuertemente erótica sino que defiende la libertad sexual de la mujer, supuestamente, inspirada en su esposa.

A pesar de que declarase que su principal objetivo era apoyar a su amado y convertirse en su «compañera de viaje», Dorothea fue una escritora con todas las letras. Realizó numerosas traducciones del francés e inglés, publicó ensayos y reseñas, aunque siempre firmados por su marido, dado que no era «respetable» que una mujer estampase su nombre en una edición. Hay quienes afirman que algunas de las renombradas traducciones de Shakespeare firmadas por Friedrich son en realidad trabajos de su compañera.

A Dorothea le debemos la única novela romántica escrita por una mujer, Florentín (1801), que aunque suscribe al paradigma novelístico que el propio Schlegel proponía en su tratado de estética Conversación sobre la poesía (1800): es una obra rupturista, fragmentaria, híbrida, que mezcla géneros diversos, también se dedica a representar la realidad femenina. Su heroína, Juliane, expone los obstáculos que debía atravesar la mujer que quisiera disfrutar de los viajes y aventuras típicamente románticos y gozar de la libertad que este movimiento pregonaba.


Sophie Schubert Mereau Brentano

Sophie Mereau suele ser reconocida como la primera escritora profesional en Alemania que pudo vivir independientemente gracias a su literatura. Sophie valoró como muy pocas otras su autonomía. Se interesó desde la adolescencia por la literatura y consiguió que su amigo F. Mereau le presentara a Schiller, quien le daría los primeros consejos acerca de la publicación de sus obras y le ofrecería una entrañable amistad epistolar. A los veinte años ya había publicado poemas, cuentos e incluso obras de teatro. Sophie era reacia al matrimonio, se rehusaba a convertirse en el apéndice de un hombre que cercenara su carrera. Sin embargo, en 1793 accede a casarse con Mereau, no por amor, sino porque necesitaba de su apoyo financiero y protección para poder editar sus obras. Finalmente, en 1800 decide divorciarse y financiar su libertad mediante su trabajo como escritora. Así fue que fundó Kalathiskos, la primera revista no solo editada por una mujer, sino dedicada a la difusión de la obra de otras mujeres alemanas. Sophie entabló una conflictiva relación con Clemens Brentano, que aunque en principio había defendido ideales de amor libre y combatido los valores burgueses, con el tiempo se volvió más conservador y no veía con buenos ojos ni la excesiva independencia ni la carrera literaria de su futura esposa. Sophie solo aceptó reincidir en el matrimonio al quedar embarazada y continuó escribiendo a pesar de los reproches de Clemens, registrados en su correspondencia. Como traductora, buscó difundir la obra de autoras extranjeras entre las lectoras alemanas: del francés tradujo La princesa de Cleves (1678) de Madame de Lafayette y del español las Novelas ejemplares (1736) de María de Zayas. Llamativamente, a pesar de su relevancia histórica como primera autora profesional, Sophie también habría pasado al anonimato de no ser por su relación amorosa con Brentano.


La reconfiguración de la mujer durante el período romántico

Clemens Brentano no fue en modo alguno, el único de los románticos en mantener una perspectiva conflictiva, contradictoria, con respecto al rol de la mujer. Generalmente, suele admitirse que los autores del romanticismo, especialmente los de la primera generación, tuvieron una perspectiva mucho más abierta y “de avanzada” que sus antecesores, los ilustrados, acerca de las relaciones de género. Así, mientras en el Emilio (1762), el tratado pedagógico del filósofo francés Rousseau, un texto profundamente influyente en Alemania, se sugería que la educación de la mujer debía limitarse a brindarle las herramientas para hacer más amena la vida de su marido o Kant postulaba que la mujer nunca alcanzaría la mayoría de edad necesaria para convertirse en ciudadana, sino que quedaba en una infancia permanente, supeditada al control del hombre, los románticos proponen un modelo femenino más emancipado en ciertos aspectos.

Lejos de considerar que debía permanecer en la ignorancia para volverse más sumisa y complaciente, el ideal femenino romántico era el de la mujer compañera que compartiera la sensibilidad poética, el amor por la literatura y la música, una cultura común. En lugar de negar sus aptitudes intelectuales para recibir una formación, los románticos reivindicaron la importancia de la educación femenina y defendieron la libertad sexual de la mujer. Empero, esta defensa no se basaba en una convicción de la paridad entre el hombre y la mujer o un deseo de igualdad de géneros. Inversamente, la apología romántica de la mujer y lo femenino se sustentó en su diferencia con respecto al hombre. En la literatura romántica la mujer aparece representada siempre en mayor conexión con la naturaleza, en armonía con el mundo. Ella no habría atravesado el proceso de escisión con el mundo propio del sujeto moderno y por eso, al salvarse de la alienación, estaría más capacitada para mediar con lo divino y lo místico.

Esta imagen de lo femenino se ve por ejemplo en el Hiperión de Hölderlin (1797): su amada Diotima es una mujer sublimada, que representa la idea de belleza. A diferencia del propio Hiperión, Diotima no se halla en constante crisis y conflicto, no necesita buscar distintas experiencias que la satisfagan, ni realizarse por medio de causas políticas o bélicas; ella se encuentra en armonía con el mundo. Algo parecido sucede con Matilde, la amada del Enrique de Ofterdingen de Novalis (1802), que no solo le hace experimentar al joven Enrique la poesía, sino que, en cierta forma, la encarna. Matilde inspira a su amado para escribir, aunque por supuesto, ella misma no escribe.

Entonces, si bien a partir de figuras como Diotima o Matilde podría parecernos que el Romanticismo mantuvo un punto de vista sumamente positivo acerca de la mujer, lo cierto es que esta corriente reforzó la división dicotómica de roles de género que vinculaba al hombre con la razón, la reflexión y la actividad y a la mujer con la naturaleza, los sentimientos y la pasividad. Las mujeres quedaron nuevamente excluidas de los terrenos de la subjetivación y la creación literaria. Así, este modelo dicotómico formuló una visión idealizada de la mujer, pero prolongó su instrumentalización y la mantuvo apartada del desarrollo creativo que podían experimentar los hombres.

Los salones literarios

Si en la literatura los románticos otorgaban a los personajes femeninos un papel secundario y en la práctica preferían que sus mujeres se conformaran con la función de ser sus asistentes, existió un ámbito en el que ellas ocuparon el centro de la escena y fueron indiscutibles protagonistas: el salón literario.

Los salones literarios fueron espacios excepcionales en los que normas y conductas del mundo externo quedaban suspendidas por un tiempo. En primer lugar, generalmente estaban organizados y nucleados por una mujer, la salonnière, que por primera vez ocupaba un rol sumamente visible. Las salonnières abrían salones que podían estar ubicados en grandes palacios pero también en buhardillas, como el primer y más exitoso salón de Rahel Varnhagen, dama que no incluimos en nuestra galería de autoras por no haber producido ninguna obra estrictamente literaria, pero no obstante fue un personaje sumamente relevante en los círculos románticos, que contribuyó notablemente en la formación del gusto literario de la época.

Si bien para organizar un salón era necesario disponer de cierta fortuna, formar parte de la aristocracia o tener una mansión señorial no era un requisito. Lo importante era poder reunir personalidades interesantes, artistas, científicos, filósofos, músicos, poetas. Los salones eran espacios abiertos y democráticos: lo enriquecedor de este fenómeno cultural es que no se respetaban allí las jerarquías sociales, entre sus paredes se reunían aristócratas con burgueses, judíos y cristianos, hombres y mujeres y podían discutir en igualdad de condiciones.

De esta forma, las mujeres, excluidas de la academia, podían conversar en sus salones sobre temáticas que excedían lo domestico, adquirir y exhibir sus conocimientos. Las salonniers no solo tenían que contar con los recursos suficientes como para sostener y mantener animado el nivel de conversación, también fueron muchas veces responsables de promover la carrera de un artista. No es casual que Goethe se interesara porque sus obras se leyeran en los salones de Henriette Herz y Rahel Varnhagen; allí fue donde se terminó entronizando y forjando el mito alrededor de su figura. Entretanto, en el salón de la aún soltera Dorothea Mendelssohn (luego Veit, más tarde Schlegel) se redescubriría la obra de Bach hasta colocarlo en el sitio de artista nacional y genio, junto con Beethoven.

Más allá de impulsar las carreras de otros, los salones también fueron espacios abiertos para que las mujeres hicieran trascender su obra que no siempre era bien recibida por el mercado editorial: tanto las salonniers como sus invitadas acostumbraban a leer en voz alta sus poemas y otros escritos, en particular, sus cartas.


La carta como género literario

Las cartas fueron uno de los primeros mecanismos de expresión disponibles para las mujeres en el camino hasta convertirse en autoras profesionales. Algunas especialistas como Elke Frederiksen o Jeannine Blackwell postulan que el desarrollo de corrientes religiosas como el luteranismo y más específicamente el pietismo fue un factor determinante para el surgimiento de la escritura femenina.

Una de las bases de la fe pietista era la demanda de la introspección constante, se exhortaba a los fieles y en especial, a las mujeres devotas con tiempo de ocio disponible, a registrar por escrito su experiencia cotidiana en diarios y cartas para evaluar constantemente la conducta moral propia. Esto trae aparejado la aparición de una mayor autoconsciencia en estas autoras amateurs y, asimismo, fomenta el ascenso de nuevos géneros literarios como las confesiones y memorias.

Progresivamente, las cartas, antes documentos formales, adquieren un fuerte subjetivismo y dan lugar a la representación de las emociones hasta convertirse en un espacio donde las mujeres podían constituirse como sujetos de enunciación, abriéndose camino hacia lo literario. Al mismo tiempo, dado que las cartas seguían perteneciendo a la esfera de lo doméstico, de lo íntimo- responder la correspondencia familiar era una de las tareas adjudicadas a la mujer en la distribución genérica tradicional- fueron tempranamente un género discursivo no vedado para la mujer, a diferencia de otras formas de la esfera pública como la Historia, el drama o incluso la lírica, en los que las autoras no eran fácilmente admitidas.

No es casual entonces que gran parte de la literatura que nos queda de estas mujeres románticas se componga de epistolarios u obras ficcionales escritas a la manera de cartas. Una de las primeras autoras alemanas, Sophie von la Roche, abuela de Bettina Brentano, se dedicó exclusivamente a la novela epistolar; la propia Bettina usó su correspondencia para crear tres obras híbridas, extrañas, en las que la realidad se mezcla con la ficción y la lírica. Dorothea Veit Schlegel incluyó en su novela Florentin una suerte de poética, muy autorreflexiva, acerca de la obra que estaba escribiendo y la novela en general, sin embargo, la enmascaró en la forma de una carta para ahorrarse el escándalo que supondría que una mujer osara inmiscuirse en la reflexión teórica.

De este modo, la obra escrita por las autoras románticas nos obliga a reconsiderar la teoría de las esferas separadas que coloca a las mujeres de los siglos XVIII y XIX exclusivamente en el ámbito doméstico. Figuras como Sophie Mereau, Caroline Schlegel, Otilie von Goethe o Rahel Varnhagen se encargaron de difuminar en sus escritos los límites entre lo privado y lo público y pensaron muchas veces su correspondencia como una forma habilitada para pasar a la posteridad y constituirse como autoras a pesar de los múltiples cercenamientos. En ese sentido, consideramos que es válido leer los diarios, epistolarios y correspondencias noveladas que nos dejaron como auténtica literatura.


¿Qué leer en español?

Si ya es escasa la obra de mujeres románticas preservada y editada en la actualidad en Alemania, la cantidad de títulos disponibles para los lectores hispanohablantes es directamente exigua: existen algunas antologías que recopilan poemas y una pequeña parte de la correspondencia de algunas de las autoras mencionadas en este artículo y se ha traducido una biografía de Rahel Varnhagen escrita por Hannah Arendt. También hay disponibles traducciones de algunos relatos de Annette von Droste-Hülshoff, una romántica tardía. Esperamos que en el contexto de la gran labor del rescate de la obra de autoras perdidas que viene realizando la crítica literaria feminista, los nombres de las románticas alemanas aparezcan en los catálogos de las editoriales en español.




 

(Buenos Aires - Argentina) Jesica Lenga es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y maestranda en la misma institución. Fue adscripta a las cátedras de Literatura alemana y Literatura inglesa de la Facultad de Filosofía y Letras y desarrolló investigaciones sobre la novela del siglo XVIII y temáticas de literatura y género. Dictó seminarios y cursos sobre el Bildungsroman alemán, la novela de formación femenina y la novela de artista en el Romanticismo alemán. Es miembro del comité editorial de la revista Inter Litteras. Actualmente, se desempeña como profesora en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y dirige la editorial independiente y feminista Blaue Blume Ediciones.


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