El silencio de las almas viste la noche del gran jardín.
Una fuente brilla en el centro como un espejo,
rodearla toma tres veces el tiempo que toma rodear el Palacio del Sultán.
Sus columnas se elevan como plegarias.
Mossin Bahir Abdel las llama lágrimas de luna.
La flor de los diez siglos refresca el rostro del espejo
y obsequia su semilla.
Una brisa envuelve las antorchas que flotan
y redondean los salones acuáticos,
única luz que la ciudad admite para no ofender el sueño de Dios.
Allí, Mossin Bahir Abdel quema cartas de amor.
La sombra de las flores se enrarece ante el ardor de las llamas.
Se enrarece, piensa, y se vuelve más bella.
Al Haidar Mahmoud quiere saber por qué quemaba las cartas.
¿Acaso nunca fueron leídas?
Sí, las había leído.
No quiero protagonismo, dice Mossin.
Me basta, al menos, con ser alguien
he sido nadie por mucho tiempo ya.
Las sedas de Haidar Mahmoud curan las heridas del Emperador
en El Cairo les engarzan flequillos con pesados hilos de oro.
Varias noches a lo largo de la Vía Appia lo traen, finalmente, al encuentro con Mossin,
el sirio soñador y desterrado por el amor.
Nunca reveló quién era la misteriosa mujer
aún así, ¿por qué quemar sus cartas?
El camino se ilumina vagamente, cada tanto,
cuando algún grupo de mercaderes decide encender unos troncos
en la frontera con el pasto.
Mossin y Haidar tuvieron esa suerte
y se detuvieron para continuar su diálogo en un poema.
Un poema que se escribe en un tablero de reyes y peones.
Haidar mueve primero. Creo que las piezas llenan un vacío, dice.
El arte del ajedrez no sirve para calmar vacíos, responde Mossin,
tampoco creo que sirva para expresar algo.
No escribimos esta historia por defecto.
Haidar había extendido un tapete sobre la urna donde ardía la fogata.
Se quitó los zapatos y se sentó sobre él
a su lado ubicó el tablero con las piezas
Mossin permaneció de pie, apoyado sobre los codos.
Quemaste las cartas de tu amada
pero no pudiste renunciar al jardín, repuso el egipcio.
Porque es parte de mis sueños, explicó el sirio.
La noche del gran jardín se viste con el sueño de las almas
frescas son sus fuentes espejadas
sus aguas susurran alegremente, como música de cisnes.
No necesito sus cartas para suplir mi dolor.
Necesito el jardín con sus marmoladas columnas,
con halcones y faisanes,
con sus lágrimas de luna;
porque ella es cada flor,
cada rincón,
cada luz y cada sombra.
Su amor no yace en las letras que me vacían
sino en el sueño que me desvela.
Allí, sólo allí, ella seguirá siendo mi presente
y mi todo.
La partida de ajedrez transcurrió impertérrita,
pero no tuvo fin.
Los pinos de la calzada ya lucían el aura del alba.
Había que tirar las leñas
y echarse a andar.
El contingente de mercaderes se alejaba
para llegar a las puertas de la ciudad bajo el primer sol.
En ese momento, Haidar entendió
por qué Mossin quemaba las cartas.
Ahora que el contingente se volvía un punto en el camino,
un punto como cualquier otra piedra en el porvenir
entendió:
escribir el amor arruina el amor.
¿Cuántos años habían pasado?
¿Cuántos años vistiendo las arrugas del Emperador sin soñar?
¿Cuántos?
Enrolló el tapete y lo cargó sobre sus hombros.
Arrojó las sedas a un costado y calzó sus pies
para volver sobre sus pasos.
Para buscar su propio jardín.
(Mendoza – Argentina) Es un escritor simbolista y estudiante de música. Publicó en
diversas revistas literarias, entre ellas Santa Rabia Poetry (Perú, abril de 2024), Phantasma (Chile, febrero de 2024), Autores (Madrid, n° 8), Trazos (Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes, Universidad Nacional de San Juan, Argentina, vol. 2 n° 1). Participó, mediante selección de jurado, en la antología de cuento psicológico, de la Editorial Palabra Herida, y en la segunda antología de poesía, de Autores (ambos proyectos en proceso de publicación). En la actualidad, asiste al taller literario dictado por Diego Niemetz.
Σχόλια