El invitado de este mes, nos deja su recomendación como Librero por un día.
Por Bernabé Tolosa
La tristeza narrada por Pascal Quignard es una tristeza diferente a cualquier otra. Él la comparte desde adentro de ella misma, la describe haciéndote doler, haciéndote sentirla propia.
Pero ¿qué es la tristeza para Quignard? Pensando en En ese jardín que amábamos (El cuenco de plata – 2021) podría decir que es un regreso, «extrañas recurrencias en las que aquello que se ha vuelto invisible reaparece como visible sin por eso alcanzar la realidad o el día». Por lo tanto, En ese jardín que amábamos es un texto triste. Partimos de una historia simple, como las experiencias de vida sin sentido que podemos tener cualquiera de nosotros en este mundo marcado por las pérdidas. Pero Quignard da cuenta de ese sentir de manera potente, con una poética maravillosa y de la que te hace parte.
El padre, la hija y la madre, quien en realidad ocupa un espacio desde la ausencia, son sus protagonistas. Su lugar es un jardín donde se mueven entre las flores, un piano y el cantar de los pájaros, logrando que la imagen y el sonido moldeen el alma de la historia (y quizás la nuestra también a la hora de enfrentarla), hasta hacerla sentir propia.
Quignard mantiene el control de toda la narración. Palabras simples, oraciones cortas, lo necesario. Cada imagen que representa es potente. Es hermosa a pesar del sufrimiento que transmite. La historia y sus juegos tienen una fuerza devastadora.
«A veces los recuerdos interrumpen la memoria. A veces el alma está más viva que los rastros crueles. A veces un rostro muerto querido repta sobre los rasgos de nuestra propia cara y se demora e incluso descansa» señala Quignard, confundiendo la vida de los personajes con la suya, con la nuestra, logrando una voz precisa que traduce el ser uno mismo y la privación del otro.
Los textos de Quignard, cualquiera de ellos, siempre son ecuaciones que van de lo conocido a lo oculto, que van de las relecturas a las lecturas (tanto para él cuando escribe, tanto para nosotros cuando leemos). Textos que nos cruzan y nos ayudan a reconciliarnos con las letras y con la realidad, si algo así existe.
Poco de la historia para que puedan descubrirla: el reverendo Cheney ha perdido a su mujer el día que nació su hija (circunstancia que nunca tomó valor de pasado). Los sentimientos encontrados del padre hacia ella se suman al dolor por aquella pérdida, recortándolo de todo el mundo de la imagen para ahogarlo, en uno solo hecho, en sonidos y silencios. Confiesa el propio Quignard que «El reverendo Cheney es el primer compositor que anotó todos los cantos de pájaros que escuchó trinar en el jardín de su parroquia, durante su ministerio, en los años que van de 1860 a 1880. Anotó hasta las gotas de la cañería mal cerrada que caían en la regadera apoyada sobre los adoquines de su patio».
Él, sobrellevando y empujando el dolor. Ella, intentando dar a conocer la obra de su padre y buscando entender, comprender, aquella necesidad.
La ausencia, la tristeza, ordenan sus vidas. Mejor, adaptan sus vidas a esos vacíos, como cualquiera de nosotros. Así de simple. Así de doloroso. Y así de propio.
Por eso, de las tantas veces que recomendé este texto, de las que recomendé Quignard, rescato que en En ese jardín que amábamos la historia puede ir más allá de la simple tristeza: todo depende de qué hagamos con el texto leído y con nosotros mismos en el momento justo de cerrar la última página.
(Mar del Plata- Argentina). Es periodista y profesor en Lengua y Literatura. Escribe sobre libros en el diario digital www.0223.com.ar . Es docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata.