Divagues.
Por Axel Díaz Maimone
El 27 de enero se cumplieron 45 años de la muerte de Victoria Ocampo (1890 – 1979). Alicia Jurado fue su amiga y quien la sucedió en su sillón de la Academia Argentina de Letras. En este diálogo, grabado en 2007, Alicia evocó a Victoria.
AXEL DÍAZ MAIMONE: Usted ha escrito que conoció a Victoria Ocampo por medio de una carta. ¿Cómo recuerda ese primer encuentro?
ALICIA JURADO: Yo le escribí una carta a Victoria contándole los esfuerzos que hacía para conocerla y ella me invitó a tomar el té en Villa Ocampo; lo hicimos ante la chimenea encendida, solas, pero no en el comedor (donde fui después tantas veces y con otra gente) sino en una salita más chica de la planta baja. Ella estaba vestida con pantalones y alpargatas y tenía un ramito de calicanto (flor que me recordó mi infancia) en la solapa de la chaqueta. Conversamos largamente sobre sus temas preferidos, y de otras cosas también.
ADM: Yo pensé que la primera carta era aquella en que usted le decía que no tomara en serio unas declaraciones que alguien había hecho sobre ella; y que, a raíz de eso, la invitó a San Isidro.
AJ: No, eso fue mi reacción ante unas palabras duras que dijo Silvina Bullrich, que no era una persona buena; las publiqué en el libro Testimonios sobre Victoria Ocampo, donde explicaba el odio que despertó en algunos como envidia a su belleza, inteligencia, conocimientos, posibilidad de viajes y conocer a gente famosa, y, desde luego, posición social y fortuna.[1]
ADM: ¿Cómo fue su relación con Victoria?
AJ: Muy cordial. Yo no trabajaba para ella (ser colaboradora de SUR no era trabajar en la Revista) y por lo tanto no hubo roces. Cuando se sacó la foto tan reproducida de los treinta años del Grupo SUR, Victoria quiso que yo figurara en ella a pesar de no ser de los fundadores; y allí estoy.
ADM: ¿Qué cosas admiraban cada una en la otra? ¿En cuáles disentían?
AJ: Mi admiración por ella era justificada y no necesitaba explicación. En cuanto a mí, creo que soy una buena escritora pero no sé si tan admirable. Ella creía en mi capacidad, porque me eligió para muchas cosas y actuó como informante cuando me presenté a la beca Guggenheim, que obtuve. ¿En qué disentíamos? En muy poco. Ella era un poco arbitraria en su fervor por ciertos personajes, pero en general estábamos de acuerdo: a ambas nos gustaban las plantas, la música, la lectura. Ella era, tal vez, más tolerante que yo en materia política y creía que la inteligencia era más importante que las opiniones; yo no soportaba a nadie que fuese partidario de dictaduras de ningún signo.
ADM: Además, opinaban exactamente igual respecto a la condición de la mujer.
AJ: Victoria fue campeona de la causa femenina. Hizo traducir A room of one’s own[2], de Virginia Woolf para la Editorial SUR, publicó un número especial de la Revista sobre la mujer y en toda su obra se advierte la preocupación por el tema. Ella misma, en algún libro[3], refiere su indignación ante la situación social y jurídica que sufrió (y aún sufre en muchos países) la mitad de la humanidad.
ADM: ¿Qué le significa ocupar el sillón de Victoria en la Academia?
AJ: Para mí es importante. Cuando Victoria fue elegida miembro de la Academia era ya una mujer de mucha edad. Yo fui una de las personas que la impulsaron a aceptar el nombramiento. Victoria quería que yo la acompañara en la Academia de Letras, pero no pudo ser; yo la sucedí en su sillón, por eso en mi discurso de incorporación -titulado «Victoria Ocampo, mi predecesora»- la recordé no como fundadora y directora de la Revista y de la Editorial SUR, sino como escritora, porque me parecía que ése era el lugar y el momento para hacerlo.
ADM: Usted le dedicó a Victoria su segunda novela, En soledad vivía. ¿Cómo tomó ella esa dedicatoria?
AJ: Esa novela le gustó. Recuerdo que me dijo: «¡Qué lástima que la protagonista no se animó a tener el chico!» Pensar que ella hubiera querido uno de Julián Martínez…
Notas
[1] El texto apareció en Testimonios sobre Victoria Ocampo (Comisión de homenaje a Victoria Ocampo, 1962) y en Revisión del Pasado (El Elefante Blanco, 2001).
[2] El libro fue traducido por Jorge Luis Borges, y publicado por la Editorial SUR en 1938 con el título de Un cuarto propio.
[3] La mujer y su expresión (SUR, 1936).
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