En septiembre se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Alejandra Pizarnik. Claudia Capel nos trae un artículo muy personal para homenajear a esta gran poeta.
Por Claudia Capel
Alejandra es un bicho raro, desde que nació y todavía.
La amo como poeta y le agradezco cada miniatura, cada silencio, cada símbolo. Es espléndida y única.
Julio Cortázar la llamaba bicho, con el cariño argentino que hay en la palabra bicho. Así la nombra en sus cartas y en los poemas de Salvo el crepúsculo, su libro más íntimo y divino. La generación joven (que envejecerá, como todas las generaciones) la lee y se identifica con Alejandra porque ella cuenta lo que nadie cuenta: las sombras de nuestro corazón, nuestros miedos y abismos, la intemperie emocional que vivimos y la poca cosa que somos ante una flor, una palabra de amor, un pájaro, la sangre o el viento.
Alejandra no envejece porque sus poemas laten en presente.
Nombro a Alejandra en mis clases de literatura, en mis conferencias. Cito sus poemas, prosas y renglones de sus diarios en mis libros. Y la gente se asombra. Primero, porque no la conocen, después porque se conmueven profundamente ante sus palabras. Las palabras de Alejandra nos tocan el corazón.
Vivo en España y trabajo por la literatura argentina. Tenemos tantos tesoros: Borges, Cortázar, Alfonsina, Porchia, Victoria, Norah, por dar algunos ejemplos, y cuando llega Alejandra hay una emoción especial. Su nombre no es conocido, pero su poesía es una flecha que se clava en el pecho, en los secretos de tu espejo y de tu almohada, en los ancestros, en el vacío y en el trabajo de las noches que nos dan de comer, beber, soñar o tener pesadillas. Alejandra nos cuenta la belleza oculta, la soledad, la fuerza interior para salir de la jaula y vencer todo temor: «Señor, la jaula se ha vuelto pájaro. Qué haré con el miedo». Nos regala la lila, esa flor real y simbólica que nos espera al otro lado del espejo o en lo profundo. En los dos jardines, el poético y el último.
En este septiembre, hace cuarenta y siete años que Alejandra decidió salvarse del horror químico al que la sometía su siquiatra en la sala 18 del Pirovano (me niego a nombrarlo por nefasto. Ella usa las iniciales P.R. en sus diarios). P.R. tenía un busto frente al hospital Borda, no sé si existe todavía, (ojalá que no), homenajeado como «eminencia siquiátrica».
Gugleo, según la RAE, qué hay de Alejandra en Buenos Aires y encuentro poca cosa. Dos placas, una esquina y un mural. Una placa mínima en el edificio de Montevideo 980, su mítico apartamento final. Otra placa en su casa de Avellaneda, con una foto y un texto que no la representan. Una esquina que se cruza con la calle Necochea y dice: Esquina «Homenaje» Alejandra Pizarnik, las dos fechas y la palabra «Poetisa» (sic). También hay un mural grafiti con un poema, su cara y su mirada que sí la representa por el arte callejero y una pequeña foto en la tumba de su padre en el cementerio de La Tablada.
La distancia no me permite saber si hay más, algo mejor, algún honroso homenaje a Alejandra, una de nuestras escritoras más maravillosas.
Deseo que alguna vez superemos la etapa Che-Evita-Maradona-Gardel y abracemos por fin nuestros tesoros literarios, como Alejandra. Escribo esta nota para Ulrica en agosto, mes del cumpleaños de Borges y la palabra que elijo para terminar es: Ojalá.
Nació en Buenos Aires (Argentina). Adoptada por Sevilla, es escritora y traductora de inglés. Autora del libro de poesía Animalidad (Premio Juan Crisóstomo Lafinur), entre otros. Publicó Borges invisible (Biografía). Directora de las revistas de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, Prisma y Proa entre 2010 y 2017. Coordinadora de muestras literarias con el Museo del Escritor de Madrid para Andalucía: El infinito Borges, El universo de Julio Cortázar y Cronopios. Dicta los talleres Ars Poeticca: poesía y escritura personal en Fundación Cajasol, Fundación Caballero Bonald y online en http://arspoeticca.com
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