top of page
Foto del escritorUlrica Revista

Jovita Iglesias, testigo de la literatura

Edición N37 - Especial Silvina Ocampo


Fue asistente y ama de llaves de Silvina Ocampo y de Adolfo Bioy Casares durante casi cincuenta años. Eso solo bastaría como carta de presentación: todos los que frecuentaron a los Bioy, sea cual fuera la forma, alguna vez escucharon el nombre de Jovita. Pero, además, fue confidente de «los señores», y una de las personas que más y mejor los conoció.

JOVITA IGLESIAS: El 23 de diciembre del 49, mi tía Basilisa me llevó a Santa Fe y Ecuador, porque Silvina Ocampo, que era amiga de ella, quería conocerme y se lo pedía diariamente. Mi tía me dijo que iba a conocer a la mujer más importante de Buenos Aires. Nos llevó el tío, en el coche. Y cuando llegamos, la señora Silvina nos abrió ella misma la puerta de la casa. Recuerdo que tenía un deshabillé, chinelas, y tres gargantillas de oro bellísimas que hacían juego con las pulseras. Yo quedé impactada por su belleza. Hablamos mucho, aunque yo era muy tímida y me daba vergüenza, me sacó un rollo entero de fotografías, y nos ofreció ir a vivir a su casa mientras mis tíos hacían una reforma en su departamento. También me acuerdo que le dijo a mi tía: «Algún día te la voy a robar a Jovita», y lo cumplió. Esa misma mañana lo conocí al señor Adolfito, que tenía treinta y cinco años y venía de jugar al tenis.


AXEL DÍAZ MAIMONE: ¿Se fueron enseguida a vivir a lo de los Bioy?

JI :Sí. Porque cuando la señora Silvina quería algo, tenía que ser en ese mismo momento, inmediatamente. Y mis tíos, para darle el gusto, decidieron aceptar la invitación.


ADM: En esos primeros tiempos, los Bioy recibían los jueves a sus amigos escritores. ¿A quiénes recordás?

JI: Iba mucha gente a la casa. Me acuerdo de Pezzoni, de Borges, de Estela Canto, de Mujica Lainez con su bastón y el sombrerito, de Johnny Wilcock. Pero al que más recuerdo es a Borges. Venía todas las noches, y yo bajaba a buscarlo, porque veía muy mal. Se quedaba a comer, y después, durante la sobremesa, hablaba y escribía mucho con Adolfito. Silvina se quedaba con ellos, comiendo gelatina de frambuesa, y se dormía en la mesa, escuchándolos. Cuando sonaba una carcajada, porque Borges y Bioy se reían mucho, se despertaba y les decía: «¡Idiotas! No me dejan dormir». Pero a ellos no les importaba, y seguían divirtiéndose.


ADM: ¿Cómo era un día en Santa Fe y Ecuador?

JI: Todos nos levantábamos temprano, a eso de las 8. Enseguida se desayunaba, y yo me quedaba con Silvina, haciéndole compañía, hasta la hora que me tenía que ir a trabajar a la Sastrería Spinelli, donde me recomendó el señor Adolfito. Bioy se iba a jugar al tenis, y volvía a mediodía. Después de almorzar, Silvina y yo hablábamos mucho, porque me pedía que le contara cosas de España, o que le leyera algo; Adolfito dormía la siesta, que eran justo veinte minutos, por reloj, y después salía, iba al cine o lo que fuera. El señor volvía para el té, y después escribía, hasta la hora de cenar. La señora Silvina, que salía muy poco, pintaba o nadaba en el primer piso; pero si escribía, estaba arriba, en su habitación. A eso de las nueve de la noche, llegaba Borges y se quedaba hasta la madrugada en la casa.


ADM: Cuando tus tíos terminaron las reformas en la casa de Villa Urquiza, ¿qué pasó con los Bioy?

JI: Cuando se terminó la ampliación volvimos a la casa de mis tíos. Pero la señora me mandaba todos los días al chofer, para que me fuera a buscar y me llevara a Santa Fe y Ecuador antes de ir a lo de Spinelli. Y lo mismo a la noche, al salir del trabajo. De a poco, me fui quedando en la casa, porque Silvina no quería que me fuera nunca. Y ya no me separé de los Bioy, hasta el final.


ADM: O sea que Silvina le ganó a Basilisa, y se quedó con vos.

JI: Sí, así fue. Pero mi tía, con el tiempo, también se vino a lo de Silvina.


ADM: Y cuando te casaste con Pepe, ¿fueron a vivir con ellos a Santa Fe y Ecuador? ¿O ya se habían mudado a Posadas 1650?

JI: Cuando nos casamos con Pepe, Adolfito y Silvina todavía estaban en Santa Fe y Ecuador. El día que nos casamos, el señor estaba enfermo, con fiebre, y todavía no sé cómo la señora Silvina fue a la Iglesia y a comer con nosotros a la casa de los tíos. Ellos, en esa época, estaban planeando un viaje a Europa. Viajaron enseguida. Y al volver, se mudaron a Posadas. La casa de Posadas era mucho más grande que la de Santa Fe. Era un edificio de seis pisos, que había mando a construir el padre de Silvina, para que todas sus hijas estuvieran juntas. La señora tenía el quinto piso, que incluía el sexto, con la terraza y su atelier; eran veintidós dependencias, en total.


ADM: Volvieron a la casa donde se habían conocido, veinte años atrás. Pero ahora estaba Marta, que era recién nacida.

JI: Sí. El motivo del viaje era adoptar a Martita, que había nacido en Estados Unidos. Ellos fueron a buscarla, y pasaron varios meses en Europa.


ADM: ¿Cambió la vida de los Bioy con Marta?

JI: Sí, claro. Casa nueva, una hija. La vida ya no sería la misma. Adolfito tenía locura con Marta. Y Silvina también. Cuando Marta era chiquita, vivía al lado de su padre; se divertían mucho, y eran como dos chicos juntos. La señora tenía adoración por ella, la miraba como embobada y estaba pendiente de Martita todo el tiempo. Además, se empezaron a festejar cumpleaños en la casa, o en una casita que Angélica (hermana de Silvina) tenía en San Isidro; y para Navidad siempre había una ceremonia con muchos regalos para ella.


ADM: Y se terminaron los grandes viajes.

JI: Claro. Como Marta tenía que ir al colegio, ya no volvieron a pasar largas temporadas en Europa. Creo que fueron solo dos veces los tres juntos a Europa. Y en barco, porque Silvina jamás se subió a un avión.


ADM: Porque le tenía terror a la velocidad. Recuerdo que me contaste alguna vez que ella sufría cuando Bioy manejaba ligero.

JI: Mira, cuando íbamos a Pardo y a Mar del Plata, viajábamos en dos coches, porque Adolfito iba a gran velocidad en el suyo, con la señora y Martita; y Pepe y yo los seguíamos atrás, en el auto de Silvina. Continuamente los perdíamos de vista; pero después bajaba la marcha y nos esperaba. ¿Tú conoces Rincón Viejo y Villa Silvina?


ADM: Solamente conozco la casa de Mar del Plata, porque Villa Silvina está frente a Villa Victoria.

JI: Las separa una callecita, nada más. Pero antes estaban comunicadas entre sí, por una ligustrina. Los Bioy pasaban el verano entero allá. Pepe y yo los acompañábamos. Íbamos primero al campo, en Pardo. Nos quedábamos unos días allí, y luego seguíamos viaje hacia Mar del Plata. Rincón Viejo era una estancia enorme, que había sido de la familia de Adolfito. El señor decía que era su lugar en el mundo, y que nadie la había querido tanto como él. Cuando caminábamos, recorriendo el campo, el señor nos contaba historias de los árboles, nos decía que los habían plantado con sus propias manos, y eso nos hacía gracia a todos; pero Silvina aseguraba que sí, que era verdad, que los habían plantado ellos cuando se fueron a vivir al campo. En el campo, lo mismo que en Buenos Aires, la señora hablaba todos los días con Victoria, su hermana mayor. Pese a lo que todos cuentan, se querían mucho. Y cuando Victoria sabía que llegábamos a Mar del Plata, nos estaba esperando y quería que fuéramos a verla enseguida Silvina y yo. Casi todas las tardes tomábamos el té en la casa de ella; y Adolfito, que no iba muy seguido, le mandaba notitas disculpándose.


ADM: He visto esas cartas. Y recuerdo que casi siempre le mandaba «saludos de Marta, que te quiere mucho».

JI: Claro, porque eso suavizaba las cosas. Igual, estábamos juntos casi todo el día, porque íbamos todos a la playa desde la mañana, y las carpas estaban pegadas una a la otra. Pepe, Adolfito y Borges se iban al mar, a nadar; Silvina y yo cuidábamos a Martita, y a veces se quedaba con nosotras Angélica; Victoria caminaba de una punta a la otra, por la orilla del agua. Me acuerdo que la señora Silvina hacía esculturas en la arena con caras de mujeres y decía que eran «para que el mar tuviera lindos sueños por la noche».


ADM: Volvamos a Buenos Aires, a la calle Posadas. A mediados de los ’70 Marta se casó y tuvo su primer hijo. En esa época, Silvina publicó varios cuentos para chicos, y según me contaste algunas veces, tenía locura con sus nietos. ¿Y Bioy?

JI: Los dos estaban locos con Florencio. Después nacieron Victoria y Lucila, y fue lo mismo. El señor los miraba y les hacía morisquetas. Pero creo que a la que más quiso fue a Lucila, la nieta más chica. Beatriz Guido, que era muy amiga de Silvina, dijo que Lucila era la persona más inteligente de la casa.


ADM: A fines de los años ’80, Marta se mudó a otro piso, dentro del mismo edificio. Fue la época en que Silvina tuvo ese accidente a raíz del cual le descubrieron su enfermedad. Pasó seis años bastante mal, hasta que murió, el 14 de diciembre de 1993. Y unas semanas después, murió Marta.

JI: La señora estuvo enferma durante mucho tiempo. Dejó de hablar, no podía levantarse de la cama. Tenía enfermeras que la cuidaban todo el día, pero ella las odiaba. Era muy triste, todo. Cuando murió, yo estaba con ella y le cerré los ojos, como me había pedido ella misma. También me pidió que le diera el último bocado y le cerrara los ojos a Adolfito, si ella moría antes.


ADM: Y lo cumpliste.

JI: Claro. Yo le había prometido a Silvina que los acompañaría a los dos hasta el último momento, y así fue.


ADM: Jova, ¿cómo los recordás a los Bioy? ¿Los extrañás?

JI: Silvina era la persona más buena del mundo. Así es como yo la veía y como yo la quería. Y Adolfito era un ser humano maravilloso. Estuvimos juntos cincuenta años. Fueron mi familia. Los quise mucho a todos: a los señores, a Martita, a los chicos. Ahora me quedé sola.


©Del archivo de Axel Díaz Maimone.

Este diálogo fue grabado en septiembre de 2010.

99 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page