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Foto del escritorUlrica Revista

La histeria de lo nuevo

En defensa del libro usado.


Por Juan Sklar



Lectoras en la primera edición de la Fiesta del Libro Usado (FLU) - CABA, 5 y 6 de noviembre de 2022

En Argentina se editan más o menos 28.000 nuevos títulos por año. Somos el país número 18 del mundo en nuevos títulos y en hispanoamérica solo España edita más títulos que nosotros.

No tengo nada en contra de las novedades, de hecho, es un indicador de que nuestro sector editorial sigue vital y en gran parte esto es gracias a las editoriales independientes: 8 de cada 10 nuevos títulos provienen de pequeños emprendimientos. Celebro la novedad, agradezco la novedad y no quisiera que eso cambiara. Pero a veces pareciera que editar un libro nuevo es la única forma que se nos ocurre para vender y promocionar literatura. Porque si bien editamos muchos títulos, cada vez editamos menos libros.

En el tiempo que llevo en la industria editorial (como escritor primero, como librero después y ahora empezando como editor) la tirada promedio pasó de 2.700 ejemplares en 2016 a 1.700 en 2021. Y en casi el 40% de las ediciones comerciales, las tiradas no superaron los 600 ejemplares. Gran cantidad de títulos, poca tirada, y en consiguiente, pocos recursos para apoyar el lanzamiento de cada libro. Muchos de los cuales pasan inadvertidos para lectores, libreros, crítica y prensa. Tesoros literarios se pierden en un mar de libros intrascendentes. Insisto en que no estoy en contra de las novedades, pero me pregunto por qué no se nos ocurre otra manera para conectar libros con lectores. La novedad como único recurso tiene otras consecuencias. Por ejemplo, cuando un autor vende bien, la industria editorial, que ya apostó a otros libros que no vendieron nada, trata de sacarle el jugo. El problema es que lo hace con una sola idea: lanzar libros nuevos. Novedades y más novedades. Que insisto, no está mal, pero no puede ser lo único que hacemos.

La mayoría de los autores no vivimos de los libros que escribimos y difícilmente lo logremos cobrando 10% de regalías que recibimos entre 6 y 8 meses más tarde. Así, los escritores que quieren y pueden vivir de sus libros, terminan recurriendo a la única y solitaria estrategia de nuestra industria editorial: sacar libros nuevos.

Excepto llamativas excepciones, nadie puede sacar un buen libro cada año. El autor, rendido ante el monocultivo de la novedad, empieza a repetirse, a mecanizarse y lentamente se convierte en un alienado de la palabra escrita. Esas experiencias de escritura rara vez están atravesadas por el rayo de la furia, la transformación y la epifanía. Mucho menos por la bendición de la experimentación formal y poética. En pocas palabras, suelen ser libros de mierda. Papel que ya no es una obra de arte sino más bien una ofrenda al único santo que nos queda: la novedad.

Necesito que nos liberemos del yugo del lanzamiento y lo necesito por muchas razones. Como lector, porque no soporto que las redes y los suplementos literarios se inunden de comentarios sobre “el nuevo libro de” mientras libros muchísimo más valiosos pasan al olvido.

Como editor y como librero, porque me encanta vender cosas. Disfruto profundamente del momento en que alguien gasta plata en algo que tiene valor, sentido y trascendencia y otra persona recibe una paga justa por un trabajo bien hecho. Al mismo tiempo me parece infernal la idea de tener que vender algo que yo mismo no compraría. Y si solo vendés novedades, tarde o temprano terminás vendiendo mierda.

Y por último como autor: porque no tengo la más mínima gana de sacar un libro por año. Escribir es lo que más disfruto en mi vida y no quisiera que llegue el día en que apure un libro porque un idólatra de la novedad me apriete con un lanzamiento.

Me gustaría hablar de la dictadura de la novedad, de algún plan maligno de multinacionales y grandes grupos editoriales para chuparnos la sangre y dejarnos morir a la vera del camino. Pero la verdad es que a los pies de lo nuevo se rinden grandes y chicos, liberales y marxistas, snobs y populares. No es una conspiración ni un plan, solamente falta de creatividad.

¿Dónde vamos a encontrar las respuestas, las inspiración y las metáforas para salir de este bardo? Ni más ni menos que en las librerías de usados. No hablo de la mesa de saldo como último paso antes de la trituradora. Hablo de la librería de usados como un catálogo único e irrepetible cuya curaduría está a cargo de libreros/lectores dedicados a encontrar la mejor literatura: osada, potente y conmovedora. Estos espacios permiten al lector salir del circuito de la novedad, la moda y el hype. Un mundo de calidad, infinito y barato. Los libros están caros, sí, pero si pateás un poco la calle o husmeás los tugurios correctos de internet, no lo están tanto.

Cualquiera podría objetarme que el circuito del libro usado es maravilloso pero que no podría existir sin los libros nuevos. Que además los autores no cobramos regalías por los libros usados. Y que mis novelas y ensayos están todos bien distribuidos y expuestos en escaparates de libros nuevos. Pero no vengo a defender al libro usado solamente como hecho físico, concreto, editorial y comercial. Vengo a defender la recirculación de libros como idea directriz. A la librería de usados como metáfora de la que toda la industria editorial debería aprender. Para ser más honesto, a la librería de usados como la metáfora de la cual aprendo para poder salir de la encerrona de la novedad.

Yo no tengo una librería de usados, pero tampoco tengo una librería de novedades. En El Cuaderno Azul solo vendemos libros leídos por mí y mi equipo y que nos hayan encantado. Libros que soportan el paso del tiempo y una relectura. Este año, además, abrimos nuestro sello editorial y lo hacemos con dos títulos que tienen más de 15 años: El deseo es un tajo de Osvaldo Vigna y El día feliz de Charlie Feiling, de Bizzio y Guebel.

No tengo una librería de usados pero su criterio y su búsqueda son mi modelo y mi referente. Incluso cuando edite un libro nuevo, lo importante será que se pueda leer dentro de 15 o 20 años, que pueda circular más allá de la novedad. Tengo como norte editar libros según esta exigencia: que un librero de usados quiera tenerlos.

Y si vengo a esta Fiesta a defender a la librería de usados como metáfora y concepto, esta es la confesión más personal que tengo: Escribo para esos amigos libreros. Deseo que mis libros se vendan nuevos y que circulen y se expongan con orgullo en las librerías de usados. Deseo que aprendamos a leer y recomendar libros como se hace en las librerías de usados: priorizando la calidad y conectando a cada lector con la literatura que está buscando. Si aprendemos de las librerías de usados, si aplicamos sus mecanismos de selección, promoción y recomendación de textos, si logramos trabajar con el ojo y el estándar de esos libreros, quizás podamos sacudirnos el yugo del monocultivo y construir un sector editorial libre de la histeria de lo nuevo.


Discurso de apertura de la Fiesta del Libro Usado (Ciudad de Buenos Aires, 5 de noviembre de 2022).



 


(Buenos Aires - Argentina) Es escritor, docente, guionista y columnista de radio. En radio condujo las columnas Cartas al hijo (Vorterix) e Ideologías animadas (Metro). Ambos segmentos radiales se transformaron luego en libros de ensayos. Los ciclos en los que participó como guionista ganaron los premios Martín Fierro, Clarín Espectáculos y FundTV. Pertenece al consejo de redacción y es colaborador habitual de la revista Orsai. Dirige el taller de escritura El cuaderno azul. Sus novelas Los catorce cuadernos (2014) y Nunca llegamos a la India (2018), reeditadas ahora en Emecé, tuvieron una excelente repercusión de público y crítica.


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