Por Jazmín Nogaró
Todo cambia a la par de los avances tecnológicos. Lo digital se ha vuelto parte de nuestra vida en forma tan veloz que hoy nos resulta casi indispensable. La difusión de la lectura también gana sus espacios en la vida online.
El otro día recibí un mensaje que decía: «No puedo renunciar al papel, probé con un libro electrónico pero necesito pasar las páginas de un libro». Nadie puede negar el rol protagónico de las pantallas en nuestras vidas y, sin embargo, hay algo que nos lleva a lo analógico.
Después del cambio de paradigma que se dio en el 2020 creo que como seres humanos empezamos a darle un valor especial al encuentro sin mediaciones, sin pantallas de por medio. El abrazo, la palabra, incluso el momento con un libro o un diario recobró valor por ser el punto de contacto con nuestra realidad, con nuestra inmediatez en tiempo y espacio. Paradójicamente, fue a través de lo digital que pudimos suplir estas carencias por meses, donde todo contacto físico estuvo reducido al máximo. Pareciera que dos conceptos que estuvieron en tensión desde la introducción de la tecnología en nuestras vidas diarias empezaron a conciliarse, a andar con un mismo objetivo común. Si llegara a querer comparar los estímulos digitales contra los analógicos para hacer una valoración estaría perdiendo mi tiempo (y el tuyo como lector) ya que de nada serviría intentar luchar por un pasado que se perdió; ya no se trata de gustos por la pantalla o el papel, sino de que las pantallas vinieron a suplir necesidades, entre ellas, leer.
Resultaría imposible querer comparar entre la vida online y la vida offline; la vida es una sola y debemos buscar aquello que cultive buenos hábitos. Los libros son mi mejor hábito.
En tiempos de reuniones virtuales, asados virtuales, cumpleaños virtuales, clases virtuales… ¿Qué rol cumple el objeto libro con sus páginas marcadas, olor a viejo y la invitación a perderse por horas en él? ¿Qué significa leer?
Josep Ballester y Noelia Ibarra, de la Universidad de Valencia, exploran el rol de la educación lectora en la llamada era digital. En su estudio La educación lectora, literaria y el libro en la era digital (2016) definen a la lectura como un complejo proceso de apropiación; estas no son inocentes ya que transforman a los lectores.
Ballester e Ibarra señalan que saber leer implica la apropiación de aquello escrito: «Elegir la lectura, sea en el formato que sea, integrarla, ser capaz de complementarla ampliándola con todas las otras lecturas y de descifrar las relaciones intertextuales implícitas. Por tanto, no puede considerarse en modo alguno como una acción pasiva, pues constituye en primer lugar, una búsqueda y una construcción de sentido, pues, en esencia, cualquier texto es un hipertexto. Desde esta óptica, el lector, como ya apuntaban las teorías de la recepción literaria o de Derrida, se convierte en autor, esto es, el receptor produce texto(s), con dos consecuencias fundamentales: la inexistencia de autores unidireccionales o lectores pasivos y la progresiva desaparición de las fronteras entre el autor y el lector».
De lectores a autores
Al leer entramos en contacto con una trama, sus personajes y con quien inventa esa trama: el autor. Como lectores completamos el sentido de la obra contrastando nuestra perspectiva de vida con la que plantea el libro; así dos universos se hacen uno y la barrera entre realidad y ficción desaparece para co-crear una nueva realidad hipertextual.
Autor y lector cada vez están más cerca, haciendo literatura, y esta unión se potenció con las redes sociales. ¿Cómo? Es en las redes que los libros cobraron una nueva voz, donde los lectores se transforman en partidarios de un libro, potenciando su llegada a miles. Los términos bookstagrammer, booktuber y booktoker son parte de la jerga literaria contemporánea y se refieren a aquellos influenciadores de buenos hábitos, como me gusta llamarlos, ya que invitan a través de las pantallas a un momento de desconexión.
Estos amplificadores de información cargan de sentido a la obra a través de valoraciones personales para convencer a su público de elegir este libro sobre otros tantos, incluso, convencer a otros de elegir la lectura entre tantos estímulos.
Viajar en palabras nació hace cinco años y jamás creí que personas que no conocía me leerían porque valoran mi subjetividad, mi mirada para con los libros. Todo inició como un juego, una suerte de registro de mis lecturas, y un espacio donde mis amigos y familiares podían buscar títulos para pedirme prestados ejemplares. De a poco, personas que no conocía fueron llegando a mi feed no solo para leer mis opiniones sino también para decirme que les gustaba cómo escribía. En ese momento se rompió otra barrera: mi yo lector se transformó en un co-escritor de la obra ya que muchos llegarían a los títulos por mis producciones (las reseñas). Claro que no podemos poner en la misma altura una reseña que una obra, pero sí debemos decir que tanto mis reseñas como las de varios colegas con las que terminan influyendo en la inversión de tiempo que alguien le dedica a un libro.
Comunidades lectoras
Creer que cada vez se lee menos es un mito, constantemente estamos expuestos a escritos. La digitalización expandió los límites de la lectura: el libro dejó de ser el único estímulo disponible para leer. Hoy podemos leer un libro, un artículo, una entrada de blog, un post de Instagram, un tweet, incluso una novela por capítulos en WattPad o un audiolibro en Spotify… todo al alcance de la mano en nuestros celulares.
El verdadero problema no está en que cada vez son menos las personas que leen, sino en que cada vez son más las posibilidades de lectura, entonces, entre tanto para elegir terminamos no eligiendo ninguno, o vamos por la opción que menos esfuerzo requiere: el scroll en las redes sociales.
La audiencia está en línea siendo parte del diálogo. Así como un bookstagrammer recomienda un libro y su comunidad lo lee, otro lector también comparte su valoración y puede ser esa opinión la que lleve a alguien más a hablar del libro. Los libros están vivos en una multiplicidad de voces, donde todos tenemos las mismas reglas para dar nuestra opinión.
¿Cuál es el propósito detrás de una comunidad lectora? Desde Viajar en palabras mi objetivo es crear un hábito lector, donde los libros son el norte para crear y compartir recomendaciones que fomenten ese momento de lectura. Las redes sociales se transforman en una herramienta para introducir las ganas a los llamados internautas de soltar el celular un rato para entrar en contacto con un libro, ya sea una historia de ficción o se trate de una historia real.
La multiplicidad de voces a la hora de recomendar permitió, también, dar a conocer a nuevos autores que salen del circuito editorial tradicional. Las pequeñas editoriales independientes pudieron amplificar su llegada a través de los creadores de contenidos; los difusores literarios con una voz menos correcta, más audaz que rompe con el típico pacto de lectura para que el lector se sienta parte de la obra como un personaje más.
Creo que aquellos que leemos y difundimos el amor por la lectura somos una suerte de guardianes de la lengua porque somos un recordatorio diario para alimentar las buenas prácticas, para fomentar el momento con uno mismo a través de los libros. Ya sea a través de Instagram, de Facebook, de Twitter, de TikTok, Spotify o Goodreads, entre muchas otras, si elegís ser parte de una comunidad lectora -incluso de forma pasiva simplemente consumiendo su contenido-tendrás un recordatorio diario de hacer aquello que te hace bien.
(Provincia de Buenos Aires - Argentina) Nació en 1996. Bookstagrammer y licenciada en comunicación por la Universidad Austral. Creadora de la comunidad literaria digital Viajar en Palabras. Creadora de contenido y especialista en Marketing Digital. Docente en la carrera de Comunicación en la Universidad Austral, pertenece, además, al equipo de investigación de la misma. Dicta talleres, clubes de lectura y asesorías personalizadas en redes y storytelling.
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