Por Lucía Osorio
A Muriel, que llega puntual, le sorprende la poca atención que le brindan los fotógrafos en la alfombra roja. Acostumbrada a pestañear entre flashes y a sonreír con los músculos faciales correctos, en esta noche de verano sus aptitudes de estrella parecen no hacer falta. En pocos segundos atraviesa el vestíbulo del salón rumbo a la mesa cuatro, la que, según su invitación, le corresponde. Mientras termina de acomodar las capas del vestido sobre el asiento, tiene la sensación de haberse olvidado de algo, y la incógnita se mantiene hasta que a la mesa llega otro comensal, un hombre alto con una renguera visible en la pierna derecha. Se saludan con una inclinación de cabeza y recién entonces lo reconoce: Guzmán Torres, antiguo conductor de canal once. De algún modo, a Muriel le incomoda que le hayan asignado la misma mesa que a un hombre apenas conocido, aunque reprime su descontento, porque ante todo, los modales.
—Está un poco fuerte el aire acondicionado, ¿no?
—Sí ... Seco, Guzmán. Llega otro hombre más joven y ocupa una silla sin disimular su malhumor. Muriel intenta descifrar el nivel de celebridad de su nuevo compañero, pero pronto comprende que la tarea es absurda. Es camarógrafo.
—Encima me mandaron acá, con el aire directo y un frío de cagarse— habla como si no necesitara interlocutor, y aún así Torres asiente.
Por altoparlantes anuncian el comienzo de la ceremonia y Muriel se acomoda el chal sobre los hombros, un poco para disimular la flacidez de los brazos y otro poco por el frío. Entonces llega una señora aún más mayor que ella. Cuando apoya el bastón contra la pared para ubicarse en su asiento, nadie intenta ayudarla. Muriel busca la mirada de algún mozo que la asista pero todos, ensimismados, entran y salen de la cocina con sus bandejas repletas. Cuando Muriel vuelve a mirar, la señora ya se sentó.
Bajan las luces, y mientras comienza la entrega de premios, Muriel detecta que a su mesa se acercan algunas otras personas a las que, en la penumbra, no logra reconocer. La cortina musical retumba con un eco molesto en el fondo del salón, justo donde se ubica la mesa de Muriel, o al menos esa es la excusa que ella improvisa para justificar la desatención de varios colegas, a quienes alcanza a llamar por el nombre pero siguen de largo.
—Veo caras conocidas, queridísimas figuras del espectáculo reunidas hoy para festejar una vez más, para brindar por un intenso año de trabajo—dice el conductor con fingido entusiasmo.
Muriel está nerviosa. Por lo que decía su invitación, sabe que hoy tendrá por fin un reconocimiento. Imaginó la escena tantas veces... El salón estallado de aplausos sólo para ella, el discurso de agradecimiento que escribió en sueños entrecortado por la emoción contenida. Mientras visualiza el momento, corrige la anteúltima frase que ya sabe de memoria. Le gusta pensar que esas palabras todavía siguen vivas, que la aletargada espera de todos estos años no hizo perder calor a su discurso, ese que ahora la ayuda a soportar con paciencia el anuncio de las primeras ternas.
Su mesa ya está completa, en su mayoría por personas que la superan en edad. Le gusta sentirse la más joven del grupo, aunque al mismo tiempo le ofende que la consideren compatible. Cuando llega la terna de Tira diaria de ficción, el camarógrafo de la mesa aplaude entusiasmado. Durante unos segundos se sostiene un previsible suspenso, hasta que el conductor menciona el programa ganador, con lo que el camarógrafo se levanta enojado de su asiento y se retira. Es entonces que Muriel nota que hay varias personas de pie alrededor de su mesa. La silla libre pronto es ocupada y ahora Muriel no sólo está ofendida por el rango etario que le asignaron, sino por la sobrepoblación.
—¿Pueden apagar un poco el aire?— Torres le grita a un asistente de sala que pasa cerca, y si bien su voz llega a oírse aún sobre el volumen del micrófono, el chico sigue de largo, apurado y acalorado.
Muriel quiere concentrarse en lo que dice el conductor para estar presente con todos sus sentidos cuando pronuncien su nombre y sea su turno de brillar, pero otra vez vuelve a manifestarse la sospecha: sabe que olvidó algo, lo sabe con absoluta certeza. Repasa cada movimiento que hizo hasta aquí y la incógnita recién se revela cuando ella está por sumar otro ítem a su lista de disgustos.
En la pantalla del escenario comienza a reproducirse un video, una sucesión de rostros y fechas entre las que reconoce la cara del camarógrafo; siguen varias fotografías de personas a las que no conoce y cree registrar a la señora del bastón. El público observa el video en silencio, y cuando aparece el retrato de Guzmán Torres, algunos espectadores se secan las lágrimas. Muriel se hiela más aún, ya sin buscar la causa en ningún aire acondicionado. Cuando aparece su propio rostro sonriente en sepia, el salón se levanta en aplausos y llanto. La fotografía de Muriel se mantiene durante varios segundos en la pantalla mientras el público aclama, vitorea, y algunos hasta se ponen de pie. La música alcanza su clímax. En el otro extremo del salón, Muriel olvida su discurso y piensa que nunca, nunca en toda su larga carrera, la aplaudieron así, ni con tanta efusión, ni tan de espaldas.
(Buenos Aires - Argentina) Directora, guionista y productora de cine. Egresada y docente de la Universidad del Cine de Buenos Aires. Su documental, Nuestra Novela Nocturna (2018) formó parte de la Competencia Internacional del 6º FIDBA. Fundadora de la productora Amunet Cine. Trabajó en el área de producción de Polka, Disney Channel y LN+. Directora audiovisual del ciclo Enredadera: teatro y literatura. Coordinadora de la multiplataforma digital @bibliotacora y el podcast Inadaptadas. Es colaborado frecuente de esta revista.
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