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True believers o una búsqueda de explicación a lo que quizás no tenga explicación

Por Gisela Paggi


«Nada llega extraordinario a la vida de los mortales separado de la desgracia»

Antígona - Sófocles

Para los que tenemos cierta edad nos resulta por lo menos difícil explicar por qué, en el cine, lloramos cuando un superhéroe, del cual no se podría dudar de su origen norteamericano, agarra un martillo volador. O por qué pasamos el último año con la esperanza contenida de ver concertarse, en la misma película, a tres actores que en diferentes momentos interpretaron a un mismo personaje.

La cultura del cómic, subsidiaria de la cultura pop, es un fenómeno intergeneracional difícil de explicar sin que uno quede como un niño que aún no maduró. Es innegable que hoy esta maquinaria multimillonaria mueve la industria del cine y es la razón de su activación post-pandémica, pero hay un dejo filosófico y otro más bien sociológico, que subyacen en cada uno de los personajes que componen este universo (trataremos de dilucidar o por lo menos abrir un portal a ambos) y cuyo desconocimiento es lo que provoca que, a menudo, sea un género infravalorado, despreciado. Ni siquiera considerado literatura. Estas historias, a diferencia de las literarias tradicionales, están en constante escritura. El Capitán América de Steve Rogers, por ejemplo, fue creado en 1941 y, desde entonces, el personaje nunca dejó de construirse a través de cientos o miles de publicaciones en donde apareció. Pero, para lograr eso, primero fue necesaria una captación en el público que fuera la que encendiera la mecha. Sin gente que lo leyera, el Capitán hubiese quedado allá, en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. El personaje fue creado para un público específico: para el norteamericano que, con su complejo mesiánico, sabía que podían salvar a Europa de las garras del Nazismo. Ahora, ¿por qué este personaje sigue siendo funcional más allá del tiempo y más allá de los límites geográficos que nos impone su traje?

Desde que Stan Lee, junto al artista Jack Kirby, revolucionaron y definieron el camino que tendría el cómic con la creación de Los 4 Fantásticos en 1961, Marvel se convirtió en la editorial cuna de miles de personajes, varios de los cuales hoy pertenecen, sin lugar a dudas, al acervo cultural contemporáneo. Utilizando como estrategia el plano nostálgico que nos une a todos con nuestras infancias, el cómic de superhéroes pasó al cine y lo convertimos en el aparato imparable que se presupone hoy en día. Para empezar a esclarecer el por qué de este fenómeno, no es necesario empezar por un arduo trabajo intelectual. Se puede empezar por algo muy pequeño: tome un grupo más o menos grande como muestrario de niños y niñas de entre 3 y 12 años, y pregúntele cuál es su personaje favorito. Tal como los gatos, según el famoso slogan, prefieren Whiskas, 9 de cada 10 niños quieren ser Spider-Man.


«With a great power…»

El fenómeno Spider-Man puede explicarse desde dos vertientes que se relacionan entre sí, ambas empáticas: por un lado, desde su costado trágico, el joven sin padres que se cría con sus tíos y que, en un golpe de suerte, o de desgracia, adquiere superpoderes. Un narrador omnisciente que funciona como su conciencia en el cómic The Amazing Spider-man (1963) y su tío Ben en el cine en 2002, se lo anticipan con una icónica frase: «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad». El nuevo héroe lo aprenderá a través del dolor y la resiliencia. La segunda vertiente es mucho más mundana y cotidiana: el bullying. Como Peter Parker, nuestro héroe es un chico común que, atravesando el infierno en la tierra que es la secundaria, vive los problemas que atraviesa cualquier adolescente en el mundo, con su acné y sus líos amorosos convencionales.

En la era Tom Holland (nuestro actual Spider-Man) ser nerd es cool. Este Peter del siglo XXI pertenece a una casta orgullosa de su frikismo, pero para las oscuras décadas anteriores, no era tan así. Peter Parker logra un efecto de reconocimiento inmediato en los niños y jóvenes que lo leen. Ellos también han oído las burlas y han vivido la soledad de un pasillo en una escuela cualquiera. Aún así, Peter Parker sufre y pone la otra mejilla, pero no como un gesto de resignación. Sino de humanidad. Y aquí se devela la primera fórmula de Marvel para el éxito garantizado: dotar a sus personajes de un costado mucho más humano y cotidiano de lo que el público estaba acostumbrado. En los cómics anteriores a esta era, los héroes eran prácticamente inhumanos, infranqueables. Nuestro héroe arácnido, ya con su máscara y convertido en el amigable vecino de Nueva York, será un hombre admirable. Pero sus lectores sabemos su gran secreto: detrás de esa máscara, está ese chico que es tal como cualquier otro, de cualquier lugar y de cualquier tiempo. En entrevistas, Stan Lee reconoció que la razón por la cual el traje no permite entrever ni un centímetro de piel es esa. Para que todos sus lectores pensaran que podían ser como él. No deja de ser un niño o, más bien, en nuestro imaginario aún lo es. En los cómics, Peter Parker es ya un hombre pero la editorial, lejos de querer perder ese encanto de Peter Pan que tiene el personaje, creó varios universos y en cada uno de ellos ha aparecido, o aún puede aparecer, un nuevo pibe con los mismos problemas y hacerlo aún más empático. Y así nació Miles Morales en 2011 y el público afrodescendiente y el público latinoamericano tuvieron un Spider-Man en el cual reconocerse al momento en que se quitara su máscara.

Ahora, podría pensarse que aquí subyace cierto oportunismo de parte de la editorial. Sin embargo debe recordarse que, en realidad, fue pionera en la incorporación de personajes socialmente desfavorecidos en tiempos oscuros de la historia norteamericana. En 1966, apenas unos meses antes de la creación del grupo Black Panters, Stan Lee y Jack Kirby crearon a T’Challa, el protector y rey de la nación ficticia africana Wakanda que es el superhéroe que conocemos como Pantera Negra. Más adelante, en 1972, el público afrodescendiente celebró la aparición de Luke Cage: un superhéroe que vestía, como cinturón, las cadenas rotas de la esclavitud. Y un poco más específicamente, como simbología del racismo y de la exclusión social, un grupo de superhéroes con un arduo camino por recorrer. Hagamos una nueva prueba: tome a un grupo más o menos grande como muestrario de millennials que hayan pasado su niñez entre los 80 y los 90 frente a un televisor. Tal como los gatos prefieren Whiskas, 9 de cada 10 treintañeros le tarareará la intro de la serie animada de los X-Men.



Feared and hated

«Temidos y odiados por un mundo que juraron proteger» es la frase de cabecera de los X-Men tal como la del gran poder y la gran responsabilidad es la frase de cabecera de Spider-Man.

Esa frase, con un gran poder metafórico, esconde la profunda trama que atraviesa a las diferentes generaciones de X-Men. Mismo caso que Steve Rogers: creados en 1963, los X-Men se han convertido en una de las franquicias más exitosas de Marvel y desde ese momento hasta la actualidad, se siguen publicando con diferentes formaciones y subsidiarias de personajes icónicos y otros no tanto, pero la esencia continúa. Siendo parte de una raza diferente de superhéroes, estos personajes ya nacen con su poder, no los adquieren accidentalmente, son los hijos del átomo, mutantes con un reloj interno a punto de explotar: entre la niñez y la adolescencia se activa esa mutación que es casi como la marca de Caín. Los mutantes son despreciados, condenados a la persecución, obligados a vivir en comunidades cerradas. Los X-Men lucharán por la supervivencia de su raza y por el reconocimiento de sus derechos. Pero vayamos más allá.

La formación original creada en el #1 de 1963 era de cinco miembros bajo la tutela de Charles Xavier quien fuera inmortalizado en una de sus versiones cinematográficas por Patrick Stewart. El primer villano al que se enfrentan es también un mutante: Magneto, quien también fuera inmortalizado en el cine por Ian McKellen. Entre ellos dos se da la disputa filosófica que traspasará todas las décadas de publicación: uno buscará la paz y la concordancia con los humanos; el otro, una guerra que garantice la supervivencia mutante. El anhelo es el mismo. Lo que difieren son los métodos. Ahora, abriremos dos portales a dos análisis importantes en este sentido.

Primero, tal como reza el enunciado icónico de los X-Men, el juramento de protección que han hecho, aún cuando ello conlleve luchar contra parte de su misma raza o, en este caso en particular, contra un amigo (pero eso se nos develará más adelante en la historia del grupo). A pesar del odio del que son objeto, este conjunto heroico de mutantes seguirá luchando, no solo en defensa de su raza, sino de todas las razas. Ellos simbolizan la fraternidad y la igualdad. En los años 70, se vería la incorporación de personajes provenientes de diferentes partes del mundo que ampliarían aún más el espectro étnico y le daría una nueva razón de ser al grupo. En segundo lugar, la otra fórmula secreta de Marvel para el éxito garantizado: ningún villano es totalmente villano. O, mejor dicho, ningún villano es villano porque sí, porque nació malo. Todos persiguen un ideal más o menos válido pero siempre fundado, como Magneto que busca defender a su pueblo de la amenaza que suponen los humanos. Veamos un ejemplo que nos resultará familiar.

Stan Lee (centro)

Todos conocemos ya, porque también se ha vuelto parte de nuestra cultura popular, al villano más importante que, hasta ahora, han enfrentado los Avengers en el cine. Thanos no quiere aniquilar a la mitad del universo porque un día se levantó de malas. Hay detrás una explicación bastante razonable. El universo es finito. En realidad, sus recursos son finitos. La superpoblación sólo empeora el panorama y él lo atestigua cuando su planeta es destruido por esa causa. Todo muy malthusiano. Claramente, el método no es correcto. Pero si ahora vemos escrito en las paredes, como una sentencia abrumadora, un «Thanos was right» (tal cómo décadas antes, en los cómics, los mutantes vestían remeras con la leyenda «Magneto was right») es porque sus motivos no son del todo desquiciados. Pero pasemos a un portal que se desprende de este mismo portal para ir un paso más allá. Como un subportal del portal. En Avengers Infinity War, película de 2018, Thanos busca recolectar el total de gemas del infinito que le permita chasquear los dedos para lograr ese objetivo insano. Las localiza y las consigue sin demasiado esfuerzo. Excepto una. La gema del alma, nos dice su guardián, tiene un lugar especial dentro del grupo porque requiere de un gran sacrificio: para obtenerla hay que perder lo que uno ama. En el momento exacto en el que Thanos mira a su hija, a la única persona que amó, la toma y la arroja a un precipicio con los ojos cerrados por el dolor, se nos devela una verdad irrefutable: Thanos va a ganar, va a juntar todas las gemas, va a chasquear los dedos, va a desaparecer la mitad de la población del universo y nosotros vamos a tener que esperar un año para ver cómo los héroes más poderosos de la Tierra van a resolver semejante despiole. Pero, ¿por qué se nos devela esa verdad? O mejor dicho, ¿a quién se nos develó esa verdad? ¿Quiénes hemos asistido a esa anagnórisis? Pues, simple: los que alguna vez leímos a Sófocles.


No more mutants


En un artículo más que interesante que encontré navegando en internet titulado: Marvel y DC no serían nada sin la mitología y la tragedia griega publicado en vice.com su autor, Daniel Rocha, nos dice «Stan Lee le debe más a Sófocles que a sus ilustradores por el éxito de sus historias». No hablamos solamente de la creación de superhéroes a imagen y semejanza de los antiguos héroes (de los cuales Thor sería el ejemplo más obvio y emblemático ya que fue tomado de la mitología nórdica) sino de la creación de un universo donde hombres y dioses confluyen en un mundo donde lo mágico es la regla que mueve sus engranajes. Solo un aspecto cambia: en el cómic, no siempre es la magia lo que mueve ese motor, casi siempre es la ciencia, y eso es lo que hace que se termine emparentando con un género literario que se estableció casi contemporáneamente: la ciencia ficción. Pero volvamos a Sófocles. Hoy los mitos han sido reducidos a un plano netamente literario, pero su función primordial ha sido otra. Carentes aún de un pensamiento científico que les permitiera entender el mundo que los rodeaba, los antiguos pueblos y civilizaciones crearon un conjunto de historias que les brindaran las explicaciones que no tenían. Luego, de la mano de la tragedia, adquirió un tono didáctico, casi aleccionador, cuando los grandes nombres del siglo V a.C. inmortalizaron muchos de esos mitos que llegaron hasta nuestros días. Y no hablamos solo de Sófocles. Ilustremos con un ejemplo.

Veamos una historia como la siguiente: una mujer sumamente poderosa, capaz de alterar la realidad de formas insospechadas, se enamora de un androide con locura, y no en términos metafóricos, hasta llegar a proyectar dos hijos que no existen en la realidad. Su objetivo es forzar una familia con un robot porque, claramente, no puede tenerla. Su marido es un robot. Se recalca para que quede más que claro. En la cumbre de su desvarío y viendo comprometida esa realidad que creó para sí misma, va un paso más allá y termina por transformar toda la realidad del universo para lograr vivir con esa familia perfecta. Acorralada por quienes quieren que vuelva a entrar en razón y para intentar mantener a flote esa realidad, extermina al 90% de la población mutante con solo pronunciar una frase: «No más mutantes».

Es la historia de Wanda Maximoff, una especie de Medea moderna que, arrastrada por un amor insano, trae la desgracia a todos sus conocidos. Y tal como Eurípides catapultó a la inmortalidad a un personaje femenino que tiene características muy particulares, las heroínas de Marvel son poderosas y sabias. Muchos vendrán a observar los claros estereotipos sexualizados que han tenido durante décadas y que serían materia para otro artículo, pero la verdad es que las mujeres siempre han tenido atributos poderosos que las han hecho admirables y temidas. La primera formación de Avengers contó con una heroína íconica como lo es The Wasp. También, en esos primeros cinco X-Men que se enfrentaron a Magneto se hallaba la poderosa e inolvidable Jean Grey. En todas ellas pueden reconocerse vestigios de Medea o de Antígona.

Jack Kirby

La cuestión es que, en toda esta amplia gama de superhéroes y superheroínas, se halla ese camino que también recorrieron, antaño, Odiseo y Orfeo, el Cid Campeador y Gilgamesh y, finalmente, el Thor de Marvel que es despojado de su poder por su padre, Odín, quien lo destierra y lo obliga a exiliarse en la tierra. Sin esta tradición de héroes que vivieron su catábasis no existirían Spider-Man, Ironman o Daredevil. Claramente, podríamos afirmar que Stan Lee leyó a Sófocles. Sabía que ellos debían descender a la oscuridad antes de emerger a la luz. Y allí nos reconocemos nosotros que hemos vivido nuestras propias oscuridades y experimentamos la catarsis que nace de la piedad.

Hoy en día, la industria que se ha creado en torno a esos personajes que vieron la luz, en algunos casos, hace más de 80 años, traspasa todo intento de teorización. La comercialización capitalista, es probable, sea el principal propulsor de esta máquina. Sin embargo, está ese dejo sentimental, casi nostálgico, que sentimos al pensar en ciertas posibilidades como, por ejemplo, que un inolvidable Hugh Jackman vuelva a interpretar a Wolverine y que su muerte en la pantalla no sea del todo definitiva. Quizás sea porque su imagen nos ha sido impuesta, sí. O quizás sea porque ese Wolverine que nació en un cómic de Hulk era un héroe diferente, peludo y retacón, malhumorado pero adorable que venía de Canadá.

Una fibra se movió dentro de aquellos primeros lectores. La razón de este movimiento puede estar en este artículo o no. Pero mire. Usted puede hacer un último experimento: tome un grupo más o menos grande como muestrario de hombres y de mujeres, así en general. Tal como los gatos prefieren Whiskas, 9 de cada 10 seres humanos habrá soñado, en algún momento de su vida, con tener un superpoder que los libere de alguna oscuridad, más o menos, profunda. «Nuestras mayores bendiciones nos vienen por medio de la locura», dijo Sócrates en Fedro. Y esa locura que nos lleva, por ejemplo, a comprar una entrada de cine con meses de anticipación, nos trae la bendición de ver, otra vez, a ese héroe que soñamos ser y que nos acompaña desde la infancia.

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